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lunes, 1 de octubre de 2007

Una tal Rocío - recuerdos pachecos

Corría... Ah, chingá; "corría", uts, qué elegante. Era 1992... yo supongo que por ahí de noviembre porque ya empezaba a hacer frío en León. Yo era un paseador noctámbulo empedernido con un seudotrabajo sin futuro con pago de contente la risa. Era también un cantautor muy desafinado que nunca había progresado en la guitarra después de años y años y años de práctica. Un fracasado total y completo y sin licencia para ejercer de vago.

En ese entonces llegaba de chambear, comía, me bañaba porque llegaba que había sudado hasta el agua que no me había tomado (esa ocasión bajé 15 kilogramos en 10 días, así eran las jodas), todo lleno de tierra, soldadura, esquirlas de cincel gigante incrustadas por toda la cara y cuello, ampollas que salían sobre las que apenas reventaban, el pelo como alambre, y la boca con exigencias de una cerveza. Salía a la calle y me iba a centro de la ciudad (como unas 15 cuadras, aprox.) de bar en bar, aunque por lo regular iba al Plaza Francia, donde coincidía con un grupo rockero conocido de la ciudad y cotorreaba con ellos. También, otros días, otras veces, iba a una tienda de electrónicos enfrente del Teatro Doblado, a platicar con una chica bella, guapa y sensual, quien creo recordar se llamaba Rocío. Una noche, como preámbulo al bar, pasé a verla para invitarle un café, una chela, lo que quisiera, habría tocada y se pondría bien. Justo estaba esperando respuesta cuando llegó el dueño de la tienda. Rocío procedió a presentarnos. Señor Rentería, un gusto, Yo, un gusto. Para ese tiempo no conocía muy bien mis enfermedades mentales y no entendía por qué me ponía todo estúpido y hasta tartamudeaba frente a un "señor" dueño de esta madre. Entré en pánico que tuve que controlar hablando sobre la sabiduría, la política, el clima, etc... Ya más controlado y después de haber retenido en la cara gestos como de urgencia de evacuación fecal durante todos los choros que se aventó el señor Rentería, entré en estado de paz y tranquilidad... Uff, qué pex, mi cerebro se acordó de mandar endorfinas y pude ya respirar tranquilo, pero fue ese estado de tranquilidad pacheca lo que me llevó a cometer un error funesto... (para mí) Un desliz freudiano... Justo hablábamos de tierras, de terrenos, de hectáreas aquí y allá, de transacciones millonarias y de estupideces misceláneas cuando me clavé en las piernas de Rocío y me fugué... Uy, carajo que si me fugué. Le quité la minifalda con la vista, imaginé acariciar esas piernas poco a poco... Y entonces oigo la voz del señor Rentería, "y tú, qué opinas de (...) ", me preguntó... Sintiendo como si los segundos fueran minutos, no alcancé a decidir si contestaba con prudencia o rápido. Mi cerebro ya estaba soltando las siguientes palabras... hasta eso con tanta SEGURIDAD... "Pasa, señor Rentería que yo sí me fajo esas piernas..." No supe qué palabras sustituí en mi desliz, pero sí sé que Rocío murió de pena cuando solté la risa y decidí largarme para no volver.










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