Hay prisa por apuntar una buena idea. Se agota el tiempo que nos da la memoria cortoplacista y nuestras manos de repente se volvieron torpes cuando más se necesitaban lúcidas las muy conspiracionistas (la conspiración de la mano y la neurona). Se encuentra el papel, se entra por fin al blog, se accede a la agenda electrónica, se activa el grabador de voz, por fin se consiguió al vecino ése que tan bien se acuerda de las cosas, y la idea se ha vaciado al drenaje de la amnesia.
A mí me ha pasado. En este instante. Por eso me vi obligado a escribir estas incoherencias.
El objetivo fue escribirme para recordarme cuando desee hacer el análisis de las situaciones (ciertamente estos últimos días han sido marcados por el estrés y la distrofia mental-intelectual) que he tenido una regresión a algunos años atrás cuando La Ciudad me invadía. ¿Llegué a platicarle? Sí, ahora lo recuerdo: eso nunca lo publiqué. Como buen obsesivo compulsivo guardo registro más o menos confiable de los años, los lustros, las décadas y ya comienzo a contar demasiadas anécdotas con veintena. Así que me acuerdo bien. Fue hace diez años cuando la ciudad se posesionó de mis noches. Yo ya tengo, hasta este momento, varias semanas, unas 3 ó 4, que no salgo de un perímetro del cuadrante urbano de la ciudad onírica que teoricé (o que comencé a teorizar, porque ahora retomaré camino) hace una década.
Estoy de lleno en el nodo de un espacio-tiempo espiral. El nodo próximo anterior: aproximadamente 10 años. ¿Cuál fue el registro entonces?...
Sígnum Ciudad Profúnder
(La Ciudad)
Aún no sé cuál es la razón de mi presencia en este intermundo grotesco, de pesadillas sin concluir, de calles del pasado de cualquier lugar enmarcadas en una sola ciudad. Reconozco algunas plazas y callejuelas deformadas por el inconsciente; ahora sé que cada parte exterior está aquí trascendida al plano del sueño.
Hace noches descubrí que siempre es la misma ciudad, y he llegado a comprender cierto juego mental trascendente que fluye de entre estas calles que me transtornan, que derriban mis máscaras, que me dividen.
Busco razón, me convierto en perseguidor del signo, de la simbosis, de tu nombre entre las piedras, en cada espacio cavernoso que deja el silencio en la piel, entre las callejuelas laberintosas envueltas en pasados alterados que me arrojan esta ciudad y tu misterio... y el misterio tiene un nombre fantasmal y urbano.
Desde que analicé los periodos alternados de su presencia en el sueño y la descubrí, ha venido a mí cada vez con más fuerza y frecuencia. Supuse mi misión; pensé que sería la pasión por indagar ahí adentro, por saber qué pasó. Ahora me sumerjo con mayor solidez en el misterio, con menos angustia en los continuos paseos por las macabras aceras, por los gigantescos parques, por los vacíos de un patio a otro.
He visto a veces el juego tormentoso de los relojes. Alguien los mueve. El tiempo cambia de uno a otro. Hay bastantes, pero todos tienen distinta hora. Es desesperante. Ahora sé que en esta ciudad el tiempo no importa y que lo mejor es no navegar con parámetros convencionales o de lo contrario las calles dejarían de “manar sus alientos planos de resquicios hurtados”.
Conforme avanzas en el sueño, la ciudad te absorbe con más intensidad. Me doy cuenta que me toma por su elemento, dentro del conjunto de su exagerada simbología. El pasado, tal y como lo registró el inconsciente, está aquí bajo el manto de lo intangible en el mundo real de lo intratable, de lo inexpresable. Siento cómo me divido, cómo traspaso intermundos, cómo se transforma el espacio para envolverme de lugares a distancias deformados, de personajes dejados en el ayer con quienes trato impersonalmente, sostengo algún intercambio en lenguaje onírico, para saberlos, después, consumidos por sus mal llevadas transacciones y atrapados por sus temibles demonios. Ahora empiezo a transformarme... sin dejar de ser. Dentro del símbolo veo monumentos de invierno (hay una botella que cae, se estrella contra la banqueta junto a un tablón que tiene inscrita la leyenda: “Hechizo de encanto en una velada rojiza”).
No hay lenguaje capaz de explicarme cada recorrido por la ciudad, por este fantasmal subcosmos de pasados sin remediar. Sólo reconozco cierta conexión superior, una vía inconsciente de signos. Desde calles estrechas hasta plazas inmensas; de la claustrofobia a la agorafobia; pendientes, edificios, arquitectura del recuerdo, avenidas, parques, caminos aledaños, carreteras, montes funestos, rocas esculpidas por entes siniestrados, ventanas de madera carcomida, callejones, casonas, elevadores, escaleras, incluso el mar; es aquí a donde he venido a encontrar algunas ambiguas respuestas, a donde he venido a encontrarme con viejos amigos, aquellos engullidos por el reloj; aquí a donde he venido a desenterrar algunos espejos salitrosos, manchados por el olvido.
Prócer ciudad del signo, de la simbosis extrema, de paseos por el pasado, por el absurdo. Ciudad de neblinas mentales, ciudad de la noche. Ciudad evolutiva del tiempo enfermo, de los desfasamientos más atroces inscritos en páginas nostálgicas.
En ocasiones, cuando, estando despierto, cierro los ojos, alcanzo a percibir destellos luminosos con formas de la ciudad. Por eso sé que está al acecho siempre. Por eso sé que está ahí presente y que se manifestará seguramente esta noche en los laberintos del inconsciente.
Magia extraña y limpia, oscura y de piedra, de tus luces, de tus adoquines impenetrables, de tus asfaltos panorámicos. Transparencia tocable, soledad respirable, mística transtornable.
Cada zona tiene su bifurcación de entes del pasado, cada patio su entorno cavernoso, cada cúpula es imponente al caer la noche. Surgen luces abismales, difusas, destacadas del suelo oscuro y accidentado de debajo de la ciudad.
Cada vez los sueños son más físicos. Cada vez tengo más la certeza de estar ahí, y de que los edificios de la ciudad y la ciudad existen. Comienzo a hacer en el sueño las mismas actividades obsesas que en la realidad, y ésta cada vez me hace dudar más; no percibo si el sueño se sale a la realidad o si ésta desciende al intermundo de aquél. Muestra de esto es que he llegado varias veces al mismo lugar, y tan sólo difiere en simbolismos a la ocasión anterior.
Entre el vértigo de las calles he encontrado algunas veces a compañeros, viejos conocidos, amigos, enemigos, entes del pasado, que sé que los traigo, que los llevo a habitar la ciudad. Tal vez ellos, en ese momento, sueñen con una ciudad y una situación deformada y enferma... O tal vez se han quedado encerrados en el tiempo sin tiempo de estos lugares del inconsciente; tal vez ellos han llegado antes que yo. Quizás en este intermundo exista todo y nada simultáneamente, con increíble reciprocidad.
... Cloacas infernales del recuerdo profundo, sepultado; vía franca de la pesadilla, de los temores oscuros... tan sepulcrales. Canales por los que el agua corre dibujando construcciones infinitas de espacio caprichoso; jardines colgantes, parques deformados por la erosión de los recuerdos ancestrales, engullidos por dimensiones temporales olvidadas por acto de mecanismos absurdos del alma, pero tan fuertes que emiten dosis de ansiedad y angustia.
Son varias veces ya; camino por corredores caprichosos o habito casas altas, inaccesibles, de ensueño. En veces he sabido que de alguna forma la ciudad me da el hospedaje en esos lugares que ella misma extrae de mis adentros. Son casas que se manejan entre las características del deseo y los vicios de todas las anteriores... Al principio, cuando me encuentro ahí, siento miedo. Me desconcierto, me invade la angustia, pero poco a poco la tolero (no hay más remedio).
Por eso, ahora sé que la ciudad me ha descubierto. No sé cuándo, pero lo hizo. Me descubrió rondando los entornos de las memorias sepultadas, de las subdimensiones mentales, de tantos intermundos. Y, ahora, con toda su fuerza, me recibe, me atrae, me atrapa entre callejones, vías, deformaciones del inconsciente trascendido; me transporta, me lleva a lugares enfermos, me presenta mi evolución transtornada y metaforiza la memoria que me robaron.
Me conoce y sabe cómo darme gusto, dentro de una estética cuestionable, absurda. Sabe cómo dañarme con angustias viscerales, con recuerdos hechos de desmesurable arquitectura de la enfermedad de comunicaciones mentales, oníricas, impredecibles. Consume mi estabilidad, ironiza lo poco que, dentro de la ciudad, me queda de cordura... (“¿Cordura?”, ¿en qué callejón encuentro eso?).
La carretera siempre es oscura, vigilada por los cerros y crestas, picachos y cuevas abismales, amenazantes; abajo está la ciudad, cubierta por las luces ámbar, difusas, como la mente y sus límites, los cuales esta vista traspasa, los rebasa y de repente no se sabe de ellos... Esta ciudad son todas. Todo aspecto. Todo inconsciente... Hay polución en el mensaje, y es porque no hay mensaje; todo es real en este intermundo. No hay razonamientos válidos, nunca termina la pesadilla, esto es un espacio de tiempo (donde no hay tiempo) para ti. Aquí estamos todos. A todos me los traje (¿o llegaron antes?). Aquí están todos los demonios y sombras de una evolución mental inconcebible, sin remediar, sin escenarios transmutados (así tal cual lo registró el inconsciente) o transmutados en exceso.
Esta ciudad rebasa a lo humano, trasciende, es una deidad. Una deidad imposible, y toda descripción es improbable, fantasmal, mental-lacerante... Me ofrece a mí mismo trascendido a otro plano, me propone tanto, y no sé por qué me orilla cada vez a intentar zafarme; tal vez es la angustia y lo profundo del signo. Siento que son varias vías internas las que controlan al fenómeno de la introspección ordenada desde más allá de lo corpóreo... Por eso me despierto confuso, nebuloso, paseado por la simbología de un pasado sepultado bajo capas de metáforas necesarias...
Por eso he querido despertar, salir de la ciudad, salir de estos sueños recurrentes; me asusta la idea de que sea sólo uno en aparentes capítulos. He querido salir, pero caigo en la razón (“razón”, ¡qué absurdo!) de que es imposible; por más que intento siempre termino en el sueño y en esta ciudad, vagando en mitad de situaciones enfermas, de calles impredecibles e improbables, ajeno a todo y mutilado por la angustia, la depresión y la más atroz soledad.
He querido salir de la ciudad, pero me es imposible. Me ha absorbido, me descubrió y me ha hecho su elemento... Es imposible escapar... La ciudad abarca, atrapa, consume... La ciudad, esta ciudad, es mi parte enferma y oscura, zona del inconsciente que jamás sanó del desvío...
(Si se habla en términos de desfasamiento)
... Desvío que me hace suponer, para bien de una cierta “integridad mental”, tal vez como recurso arriesgado de defensa, en que no hay salida, no hay escapatoria, porque yo soy la ciudad...
Esta obra comenzó siendo un guión para cortometraje. Nunca puso ser. Hoy es la interpretación de un grito que oradó la madrugada.
(Registro Indautor).
Ella (la ciudad) ha vuelto. Vivo estos días en tiempo enfermo. Puede que regresen ciertos personajes relacionados: otro recuento de andanzas de El controlador, más Paralelos, más mujeres paseando en sus nubes. Quizás nos volveremos a ver buscando un aeropuerto, ¿recuerdan? Vean cómo he perdido la razón. Una medida de control que se ha implementado en este terrario ha sido: Me mantengo alejado de Riaño, de El Manchas, de las 5 tortugas que no hablan, de los dos sapos cuyo software para entender su lenguaje todavía no encuentro en mi disco duro, las dos ranas que hace rato no veo juntas, y la cachora que recientemente me encontró. ¿La razón? En medio de esta sinrazón: No vaya a ser que se nos aparezca otra eventualidad como la de El receptor.
No se pierda usted la siguiente comunicación de El Intendente Riaño (disponible en cuanto Riaño lo disponga).
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